Entrevista a Remedios Zafra (I)

Remedios Zafra, en una conferencia

Remedios Zafra, en una conferencia

‘Ojos y capital’ es un magnífico ensayo de Remedios Zafra publicado por consonni. En él, su autora disecciona con precisión las nuevas formas de relación y de construcción colectiva que se producen de manera virtual, a través de lo que denomina Cultura-Red. Cómo vivimos en internet, vaya. Lo hace, además, de una forma muy original, añadiendo anécdotas de carácter personal e incluso avances de una próxima novela en la que trabaja.

Hace unos meses tuve la suerte de entrevistar a Zafra para El Confidencial y hoy os presento aquí el total de sus respuestas, las ocho páginas que me envió el 22 de marzo de 2015, ¡un día después de que le mandara las preguntas!

Por su extensión, las voy a publicar en dos partes.
Por su interés, recomiendo que leáis atentamente.

¡Muchas gracias!

– ¿Es posible vivir hoy en Occidente sin ver o ser visto/-a en la Cultura-Red o eso supone condenarse a la exclusión?
La Cultura-Red ha convertido tendencias de época en necesidades de época y «estar (ser visto) en internet» como «estar conectadx» son dos de ellas. La sensación hoy es que no es posible vivir en Occidente sin ver y ser vistx en internet. Cualquier persona que tenga interés por alguien buscará en Google y éste le ofrecerá determinadas pistas de su existencia, no sólo visibilizando mundo, sino creando mundo.

La inmersión en la red en Occidente es hoy vivida con la naturalidad de quien respira. Y en ella, «ser vistx» opera como un claro incentivo que marca algo parecido (o a mí me lo parece) a un cambio de paradigma. Me refiero a cómo hasta hace poco nuestra mayor amenaza era la «pérdida de privacidad», sin embargo hoy esto no nos importa, o no de la misma manera. Acostumbrado a compartir cada fragmento de vida, el sujeto contemporáneo online parece estar convirtiéndose en otro tipo de humano, para quien la pérdida realmente importante sería, como sugería Eco, «la pérdida de visibilidad».

De otro lado, en tu pregunta apuntas un matiz que me parece muy interesante: el no estar en internet como forma de exclusión. Sobre esta idea, tengo la impresión de que «no estar» en la red apunta, cuando menos, a dos exclusiones distintas: las involuntarias de quienes han quedado fuera de la cultura digital por generación (como algunos ancianos) o marginación social (como las personas sin hogar); y la de quienes se excluyen voluntariamente porque pueden permitírselo o como gesto de disentimiento y libertad sobre sus acciones. Es decir, quienes convierten lo inclusivo en algo «electivo». En este último caso, advierto un posicionamiento de resistencia sobre la implicación irreflexiva en aquello que pareciendo voluntario se presenta realmente como obligatorio, no sólo estar permanentemente conectado, sino también tener las últimas y novísimas aplicaciones de comunicación, participar activamente en todas las redes sociales mayoritarias (Facebook, Twitter, Instagram,…) etc.

Claro que se trata más de un posicionamiento simbólico y casi siempre parcial, que tiene más que ver con estar para reclamar el derecho a «no estar» en determinadas redes pero sí en internet, aunque ese estar venga dado por un pseudónimo o por un reivindicar «estar de otra manera», criticando la rotunda capitalización de las autovías y espacios de comunicación online por grandes empresas dedicadas a la socialización del yo digital y disfrazadas de filantropía.

– ¿Las lógicas y el funcionamiento (valor a lo más visto, obtención de beneficio sobre el excedente,…) de la Cultura-Red son un modo de capitalismo moderno pero tan despiadado como el tradicional?
En las lógicas de los intercambios online conviven clásicas formas del capitalismo con nuevas relaciones de intercambio y reciprocidad. La cuestión es si son usadas por el capitalismo para la perpetuación de su poder y sistema, o si son apropiadas por la ciudadanía para su empoderamiento y para la transformación capitalista.

A priori, creo que el nuevo valor de «lo más visto» que intercambia ojos en lugar de monedas esconde lógicas plurales que oscilan desde el potencial valor de lo democrático (que da aquello muy visto y participado), hasta formas despiadadas que tratan del poder de movilizar masas acríticas y de favorecer la desigualdad desde la tradicional hegemonía capitalista. A esta última lógica contribuiría que el capitalismo precisa apoyarse en dos características favorecedoras de su poder. De un lado, la velocidad y la primacía del «presente continuo» como gestores del exceso de datos que caracteriza internet; ambas dificultando el tiempo para pensar y reclamando posicionamientos rápidos apoyados en ideas preconcebidas (únicas que toleran esa velocidad). Y por otra parte, porque estos intercambios rápidos obvian los vínculos morales entre las personas (omisión que opera como base del capitalismo). Esta crisis del tiempo reflexivo (que algunos han diagnosticado como crisis de la atención) junto a una crisis ética son, a mi modo de ver, los mejores aliados para la perpetuación de la hegemonía del capital, es decir para la repetición de mundos de vida bajo nuevos disfraces tecnológicos.

Si bien, aunque estas lógicas caractericen el funcionamiento de la Cultura-Red, no podemos olvidar que en la red también se articulan espacios que recuperan y actualizan otras formas de intercambio basadas en la confianza y en la primacía de las personas; formas que operan como una alteridad al capitalismo y que también singularizan la red. Aunque resulten opuestos como seña de identidad del mundo conectado, ambas formas conviven y se afectan.

'Ojos y capital', de Remedios Zafra.

‘Ojos y capital’, de Remedios Zafra.

Hakim Bey dijo ya en 1999 que «la Red es un espejo perfecto del Capital Global». ¿Compartes esa visión? ¿Ese espejo perfecto ha ido perfeccionándose hasta ser hoy el propio capital global, no su representación?
Comparto muchas de las visiones de Hakim Bey sobre el desencanto que en algunos sentidos suscita la red. Especialmente para quienes en los noventa mirábamos este (entonces) erial, reclamando el derecho a «no repetir el mundo», a imaginarlo distinto, mejorado (¿por qué no, utopía?), allí cuando todavía no había triunfado el sufijo (y la estructura) punto com.

Creo que en tanto en la última década internet se ha socializado y ha pasado a ser hábitat de la ciudadanía es hoy un contexto más complejo y difícil de simplificar. Cierto que como apunta Bey, la estructura red puede ser considerada un espejo del capital global. De hecho, ambas (red y capital) se nos han vuelto invisibles y perversamente nos hacen ver con sus ojos que lo atraviesan todo. El poder del capital -al que se subordina el poder político- se ha superpuesto al poder de las personas, por mucho que las estrategias del capital se valgan de un marketing obsceno que insista en lo que hipócritamente le «importan las personas».

La red es simultáneamente un espejo del capital y un instrumento de resistencia, he aquí la cuestión. Se trata de usarla en sus distintos grados con la intención de repetir mundos o imaginarlos. Se trata de que las personas puedan ser sujetos libres y formados capaces de habitarla crítica y creativamente.

Para ello los espacios de la diferencia (el activismo, la resistencia, la alteridad…) se exponen a la necesidad de infiltrarse en las herramientas del poder para ser visibilizados y para modificar, deconstruir, subvertir o hacer reflexivo este poderdesde dentro. Pero me parece que habitar esta contradicción no es negativo si con ello se experimentan nuevas maneras de crítica a la opresión simbólica de las formas del poder. De otro lado, pienso que la crisis ha zarandeado la tendencia de mutación de la red en espejo capitalista y que las inmensas desigualdades y grados de precariedad generados, han operado como interruptor de conciencias para actuar. Cuando gran parte de la ciudadanía siente que «todo está perdido» pareciéramos recuperar la libertad de quienes han tocado fondo y pueden «unirse» y «actuar».

En relación a la segunda parte de tu pregunta, es muy interesante la idea que sugieres sobre la conversión de la red en el capital y no en su representación. Y sí, pienso que hay mucho de esto, pues la red no es ya la imagen de algo material, sino que es la vida misma, es decir, que la vida material es una ventana más de nuestra vida permanentemente conectada.

– ¿Qué sucedería si internet se cayese durante tres o cuatro días? ¿sería una de las tragedias más graves que hoy le pueden ocurrir a Occidente?
Me parece que para la ciudadanía no sería negativo, tres días de desconexión nos permitirían cambiar la mirada y mirar a la cara de las personas, descubrir las «imágenes con carne» que hace tiempo dejamos de mirar y las distancias cortas, devolver la pantalla a un lugar secundario. Es más, el tiempo de desconexión me parece una de las más eficaces herramientas revolucionarias, sobre todo para el «uno mismo»; un tiempo liberados del exceso de información y sus demandas, nos permitiría distanciarnos y pensar, incluso descubrir que ¡caramba!, ¡hay cuerpos, mundo material, gente que sufre mientras andamos entretenidos actualizando nuestro perfil! No sin motivo, desde la filosofía a menudo se identifica la subjetividad con una banda vacía, con un espacio en blanco que aquí podría asemejarse a una desconexión.

Por otro lado, un ejercicio de especulación que nos llevara a deducir las consecuencias concretas podría esbozar una imagen más distópica connotada por: desabastecimiento, confusión, parálisis, miedo… Y acompañados de los altos grados de ansiedad y dependencia que genera estar permanentemente conectados, podrían hacernos dibujar un escenario caótico y conflictivo, pero no alcanzo a creer que un parón temporal sea motivo de alarma, sino una oportunidad para pensar y tal vez identificar las costuras y el backstage del sistema.

Claro está que para el poder pudiera ser más traumático, pues los días conectados son días de «vida del capital» que si no se mueven no producen.

– Ante esa posibilidad, Dan Dennett consideraba imprescindible la construcción de un bote salvavidas para aguantar al menos las primeras 48 horas. ¿Cómo crees que sería ese bote?
Es verdad que la red se ha convertido en un apéndice humano y que opera en distintos niveles de nuestra vida, pero creo que ante un posible fallo global, ese bote salvavidas al que alude Dennet debiera, ante todo, primar la vida de las personas por encima de cualquier otro valor a salvar. Me refiero a la necesidad de crear estructuras tecnológicas y humanas que garanticen la vida offline (y como necesidades de la vida además de los derechos básicos, la sanidad y la educación). Hacerlo por encima del capital y las ganancias de quienes detentan el poder tecnológico y el poder del capital, que es hoy una de las más perversas y evidentes formas de poder sobre el mundo. La historia seguramente nos repetiría alguna variante de la huída de los ricos en los botes medio vacíos, esa escena que tantas veces hemos visto en los imaginarios y ficciones contemporáneas como si con su reiteración quisieran acostumbrarnos o advertirnos, nunca está claro… No es descabellado pensar en ese bote desde la ciudadanía.

– ¿Es reversible la primacía de internet o es un hábitat que no permite la vuelta atrás?
Creo que no permite vuelta atrás y que ha horadado un punto de inflexión en nuestra cultura, un giro desde el que internet puede ser un aparato mejorado pero es ya un logro irreversible.

– ¿Existe la posibilidad de una comunidad colectiva en internet o son remedos? ¿dónde quedan la solidaridad y el nosotros en la Cultura-Red?
La posibilidad de pasar del yo al nosotros en internet ha sido una cuestión que personalmente me ha interesado en las dos últimas décadas. De hecho, la posibilidad de generar multitud de manera veloz y casi instantánea es una singularidad muy llamativa de internet, es decir congregar en un espacio virtual a miles, millones de personas detrás de sus pantallas.

Sin embargo, esta potencialidad sólo habla a priori de «comparecencia» y no de «pertenencia», me refiero a que lo que suele vincular a las personas que coinciden en una multitud online no es algo que cohesione más allá de compartir un vínculo liviano con un proyecto, idea, vídeo, noticia, etc.

Me parece que esta forma que habla de multitud de individualidades es la más cotidiana en la red, la que «no» nos obliga con el otro, más allá de un «me gusta» o un vínculo ligero camuflado de afectividad. La más habitual y tal vez superficial manera de crear grupo no cohesionado en la red, donde la solidaridad de haberla se manifiesta en unos segundos más de mirada sobre una noticia cuando nadie nos mira, cuando sentimos que nada nos obliga.

No obstante, a tu pregunta, sí creo que es posible. De hecho, desde los noventa hemos visto aparecer muchas formas de comunidades online, desde las zonas temporalmente autónomas de las que hablaba Bey, pasando por comunidades cohesionadas por proyectos, trabajos o por filosofías que duraban lo que la motivación fuera capaz de unir y sostener un «nosotros», hasta las hoy derivadas de una renovada fuerza política y moral transformada y motivada por la crisis y la apropiación social de la red. Todo ello conviviendo con la extensión de la red como parte del círculo familiar y afectivo que nos ha permitido crear nosotros sin compartir una misma ubicación, transformando lazos de afecto y solidaridad (me importas, te importo) reforzados por la complejidad de las relaciones ya no sólo presenciales, ya no sólo materiales.

Lo más inquietante en este contexto sería que los poderes que estructuran Internet pudieran determinar una u otra colectividad y creo que en cierta manera esto está ocurriendo. Por tanto, insisto, sí existe posibilidad de comunidad solidaria y de nosotros en la red, pero siempre que parta de la libertad y motivación de las personas y se enfrente con recelo a las tendencias de espacios/poderes que busquen comunidades como «productos» a rentabilizar.

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